Thor y su origen
Cada vez que escribo los comienzos de uno de estos grandes superhéroes no puedo evitar acordarme de aquella época de pantaloncitos cortos, de corretear por la calle cogido de la mano de mi madre y deseando, ansioso, llegar hasta una pequeña revistería que había en una calle estrechita y muy mal cuidada. Era el día de la semana en que mi madre siempre me compraba un cómic y yo me despertaba ya ese día deseando que llegara la hora justa.
Aún recuerdo el olor del barrio y el olor a humedad de aquella tienda que tanto me fascinaba. Cuando entraba y veía tanto cómic a mi alrededor, deseaba por un momento perderme allí, en aquel mundo, y leer y leer. Ellos me ayudaron a amar la lectura, a dar mis primeros pasos entre hojas de papel… ellos, y él. Sí, porque mi hechizo con Thor fue desde el primer día que lo vi. Era mí ídolo, y casi viví su parte más álgida y de mayor éxito: la de su pertenencia a Los Vengadores.
Su historia es la que cualquier niño embebido en ese mundo desearía para sí mismo. Vivir nuestra vida normalmente y un buen día darte cuenta de que tienes unos poderes mágicos y de que eres Hijo de un Dios. Eso es lo que le sucedió a Donald Blake, el alter ego de Thor, aquel médico cojo que luchaba siempre por hacer el bien desde su hospital y que un buen día, de vacaciones por Noruega se topó con una invasión extraterrestre, y escondiéndose en una cueva, encontró un bastón. Cuando golpeó el suelo con él, Blake quedó convertido en Thor y el bastón en su mítico martillo.
Era agosto de 1962, en el Journey into Mistery nº 83, cuando Donald Blake supo que él era Hijo de Odín, desterrado a la Tierra para recuperar su humildad perdida en el reino de Asgard.
Fueron, cómo no, Stan Lee y Jack Kirby, quienes le dieron vida y esa personalidad tan característica: poderoso, orgulloso pero muy recto en sus creencias. Thor siempre representó ese defensor de los valores humanos que todos buscamos en un superhéroe. Un héroe en quien se podía confiar; un héroe que quizás no fuera el más simpático ni el mejor compañero, pero sí era el más sereno y severo de todos.
Todas estas características le valieron para conseguir al fin su propio cómic en el año 1966 con The Mighty Thor. Fueron 116 números en los que Thor se batió en toda su tremenda grandeza, no sólo en la Tierra sino en el espacio y en su mítico reino de Asgard.
Y por otro lado, estaba su martillo, Mjolnir, sin duda, para mí, el mejor elemento secundario de todos los cómics de superhéroes habidos y por haber; la envidia de otros muchos que han luchado por tenerlo entre sus manos pero nunca han podido (y no hay más que recordar la reciente Civil War y el empeño de todos por levantar aquel martillo divino). Con él Thor surcaba los cielos y mandaba a sus enemigos a universos paralelos, a mundos adonde los villanos más villanos eran desterrados. Aquel momento de Thor, con el martillo girando a velocidad vertiginosa y creando un vórtice como si de un agujero negro se tratase, que atrapaba en un infinito vacío a sus enemigos, era un momento estelar.
Jack Kirby dejó Marvel en 1970, y con él a Thor. Pero tras él llegó John Buscema y le dio otra dimensión extraordinaria. Es difícil saber si mejor o peor, pero desde luego, no perdió nada de su mano.
Sin embargo, en los 80 y 90, su estrella pareció irse apagando ante otros superhéroes que siempre se han considerado de primera fila, como Iron Man o Spiderman. ¿Por qué? la verdad es que siempre me lo he preguntado. Nunca entendí como Thor no era un ídolo para todos porque su personaje tenía lo que muchos otros no tenían… o quizás fuera eso precisamente lo que le hacía menos seguido: su divinidad. Sí, eso podía ser: esa divinidad, o halo de soberbia, que lo alejaba un poco del lector habitual.
Por suerte para todos… Thor siempre será inmortal.
Thor siempre fué (desde niño hasta hoy) mi superheroe favorito. Me acuerdo de donde y cuándo compré aquel Thor #1 kirbyliano(de Ed.Vertice), me quedé prendado para siempre del Dios del Trueno y su martillo Mjolnir.